domingo, 11 de junio de 2017

UN TIEMPITO PARA DIOS Y SU PALABRA

   "...Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios".
      Juan 3, 16-18
      Dios es amor y lo cubre todo.- Podemos entenderlo si nos paramos un amanecer frente al océano: ante esa grandeza y majestuosidad sólo tenemos dos opciones: quedarnos maravillados contemplándola o sumergirnos en ella. Porque es tan grande que cubre hasta nuestros pecados, nos llena, nos sumerge, nos integra, nos pone en armonía con la naturaleza, con la familia, con la humanidad y con Dios, nuestro Creador. "La gracia de Nuestro Seño Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con vosotros", dice la liturgia en la mejor manera de expresar el misterio de nuestro Dios Trinitario, pero que es uno solo: Amor.
Propósito: Hoy tendré alguna muestra de amor con mi familia como signo de mi integración al Océano de Amor.
                    ¡ FELIZ DÍA, JESÚS VIVE Y YO LO CREO Y LO PROCLAMO !
                                                                        Domingo. Junio 11 de 2017
            

                      EL NUEVO DIOS
                            José Luis Martín Descalzo
                      
Y cuando Él dijo “Padre”
el mundo se preguntó por qué aquel día amanecía dos veces.
La palabra estalló en el aire como una bengala
y todos los árboles quisieron ser frutales
y los pájaros decidieron enamorarse
antes de que llegara la noche.
Hacía siglos que el mundo no había estado tan de fiesta.
los lirios empezaron a parecerse a las trompetas
y aquella palabra comenzó a circular de mano en mano,
bella como una muchacha enamorada.
Los hombres husmeaban el continente recién descubierto
y a todos les parecía imposible
pero pensaban que, aún como sueño,
era ya suficientemente hermoso.Hasta entonces los hombres se habían inventado dioses
tan aburridos como ellos,
serios y formales faraones,
atrapamoscas con sus tridentes de opereta.
Dioses que enarbolaban el relámpago cuando los hombres
encendían una cerrilla en sábado,
o que reñían como colegiales por un quítame allá ese incienso;
dioses egoístas y pijoteros
que imponían mandamientos de amar
sin molestarse en cumplirlos.
Vanidosos como cantantes de ópera,
pavos reales de su propia gloria 
a quienes había que engatusar con becerros bien cebados.
Y he aquí que, de pronto, el fabricante de tormentas
bajaba -¿bajaba?- a ser Padre,
se uncía al carro del amor
y se sentaba sobre la pradera a comer con nosotros la tortilla.
Era un nuevo Dios bastante menos excelentísimo
que no desentonaba en las tabernas
y ante quien sólo era necesario descalzar el alma.
Aquel día los hombres empezaron a ser felices
porque dejaron de buscar la felicidad
como quien excava una mina.
No eran felices porque fueran felices,
sino porque amaban y eran amados,
porque su corazón tenía una casa,
y su Dios, las manos calientes.

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