lunes, 31 de diciembre de 2012

UN TIEMPITO PARA DIOS Y SU PALABRA


                        "LA PALABRA ESTABA EN DIOS Y LA PALABRA ERA DIOS"

La  Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.
La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.
    "...En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz. La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y clama: Este era del que yo dije: El que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo. Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia. Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado".
            Juan 1, 1-18                                                                                                                                                           
       "La Palabra era Dios...y sin ella no se hizo nada de cuanto existe". El Verbo, la Palabra: ése es Dios hecho hombre, ese es Jesús. Y esa Palabra, que es la Luz verdadera y por la que el mundo fue hecho, vino al mundo y el mundo no la recibió. No recibió a Dios que venía a salvarlo. Sin embargo, "a los que la recibieron, les dio el poder de hacerse hijos de Dios". Acojamos la Palabra, no sólo en nuestros oídos sino principalmente en nuestro corazón. Acojámosla sin condiciones, como quien de veras cree en Ella y en su poder, y vivámosla como la presencia real y liberadora que es, de Jesús, por quien toda la gracia de Dios llega hasta nosotros. Leamos la Sagrada Biblia, entonces, todas las veces que nos sea posible, con el corazón y el espíritu despiertos y alerta para que el Espíritu del Señor nos ilumine y nos ayude a captar el mensaje que para cada uno guarda en sus palabras. Proclamemos y compartamos su lectura, pues Ella vino para todos los hombres, sin acepción de personas.
Propósito: Hoy, y en adelante, procuraré ser más cuidadoso en la lectura de la Biblia, consciente de que es Palabra de Dios.
                            ¡ FELIZ DÍA, JESÚS VIVE Y YO LO CREO Y LO PROCLAMO !
                                                                             Lunes. Diciembre 31 de 2012
J. RUIZ


domingo, 30 de diciembre de 2012

UN TIEMPITO PARA DIOS Y SU PALABRA


FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA


La Sagrada Familia
La Sagrada Familia


   "...Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo su padres. Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca. Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando. El les dijo: Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre? Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio. Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres".
                                                                                              Lucas 2, 41-52
                                    HOY ES LA FIESTA DE LA FAMILIA
       El Evangelio de hoy es una invitación a echar una mirada reflexiva a uno o, talvez, al problema más crítico que enfrenta la sociedad de hoy: la desintegración de la familia. Una mal pretendida igualdad, que no tiene en cuenta para nada las necesarias y evidentes diferencias entre las personas, está llevando a la ruina las relaciones intrafamiliares. El verdadero amor cristiano y el espíritu de servicio mutuo entre todos los miembros de la familia, no tienen porqué afectar, de ninguna manera, la verdadera igualdad, que es la dignidad de ser hijos de Dios, sino que, al mismo tiempo que respetan las diferencias, contribuyen a lograr la unidad entre ellos. No se debe hablar, ni debe haber motivo para que se hable, de sumisión y dominación. Concertación y armonía, dentro de un marco de amor familiar,  deben ser las palabras que dirijan todas las actitudes dentro de las relaciones familiares. Y el modelo a seguir es el que nos muestra hoy la Iglesia en el Evangelio: la Sagrada Familia de Nazareth, en donde, a pesar de la pobreza y talvez carencia de algunas cosas, lo que se alcanza a vislumbrar es el amor y solicitud de María y José, sin abusos ni nepotismos de ninguna clase, por el Niño Jesús, y el respeto y acatamiento de normas y consejos por parte de Él, y su "sometimiento", completamente voluntario y por amor, a ellos. Los valores que no se aprenden en el hogar, muy difícilmente se aprenden en otra parte. El amor, el conocimiento de Dios, el respeto por la vida y la dignidad del hombre, es allí, al calor de la familia, donde se aprenden. Esos padres de familia que "pierden el tiempo" jugando con  sus hijos, cuidándolos, haciéndolos felices, son los verdaderos constructores de una sociedad justa y en paz, porque un niño que es feliz será, más adelante un hombre bueno.
         Recordemos hoy, de manera muy especial, a los secuestrados que hay en el país. Ellos pertenecen a unas familias que hoy están de luto, desintegradas por esta situación, a la cual son ajenas, tanto sus miembros, como los mismos secuestrados. Que el Buen Dios ilumine la insensatez de sus secuestradores, y les devuelvan la libertad que nunca debieron arrebatarles.
Propósito: Hoy revisaré mi relación y trato con mi familia.
                              ¡ FELIZ DÍA, JESÚS VIVE Y YO LO CREO Y LO PROCLAMO "
                                                                               Domingo. Diciembre 30 de 2012
J. RUIZ

viernes, 28 de diciembre de 2012

DEFENDAMOS LA FAMILIA

Familia, ¡sé lo que eres!
Cuando asistimos a un evidente cambio de paradigma en la familia la familia emerge en su verdad interior
 
Familia, ¡sé lo que eres!
Familia, ¡sé lo que eres!
“Todo queda en puro poder, poder en voluntad, voluntad en apetito, y el apetito, ese lobo universal, doblemente secundado por voluntad y poder, hace del universo todo su presa, hasta devorarse a sí mismo”. Este diagnóstico de Shakespeare, donde manifiesta al destemplado hijo que asesina a su padre y donde la ley es la fortaleza del imbécil para tragarse instituciones y tradiciones, como si no hubiera miembros distintos en el cuerpo y todo confluyese al fin en un difuso y envidioso igualitarismo, constituye el auténtico desafío, la verdadera actividad subversiva amenazante de la familia.

Con motivo de la Jornada de la Sagrada Familia el próximo 30 de diciembre, el
mensaje de los obispos se ha centrado en algo tan esencial como “Educar la fe en familia”, invitando a potenciar la reflexión sobre la decisiva importancia de la familia para vivir y crecer en la fe, en un tiempo donde la misma familia se siente golpeada por los constantes cambios en la sociedad. La vivencia cristiana, sofocada en muchos miembros de la familia por diversas circunstancias, puede “renacer” desde el testimonio creíble de familias que, iluminadas por la fe, sean capaces de “abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios”, como afirma en Porta fidei Benedicto XVI.

Pero no sólo la anhelada uniformidad y el debilitamiento en la transmisión de la fe se han convertido en nuestra época en dos portentosos retos de la familia. La permisividad sexual y el emotivismo yerguen su pecho sobre la realidad social, postulándose como un virus destructor donde la familia deberá encontrar y activar sus propios mecanismos de defensa si quiere sobrevivir a esta feroz espiral de relativismo.

Cuando asistimos a un evidente cambio de paradigma en la familia, a una nueva estructura de las relaciones sociales, económicas y familiares, con propuestas resultantes de diversas variables; cuando nuestra cultura sueña haber alcanzado la tierra de promisión desde la exaltación de una libertad sin vínculos y el ominoso objetivo de moldear la naturaleza desde la legislación y la educación, impregnadas de la “ideología de género”, lejos de inventarse, la familia emerge en su verdad interior de ser una comunidad de personas, una comunidad de vida y de amor vinculada al designio de Dios sobre ella.

Cuando la nueva ortodoxia occidental propone un voraz emotivismo, capaz de menoscabar la estabilidad del matrimonio y la familia en su propuesta de sobrevalorar la emoción en detrimento de la razón, diluyéndose la misma idea de familia; cuando el designio del mundo consiste en ampliar los conceptos de “matrimonio” y “familia” hasta comprender a cualquier grupo de personas entre las que se dé un vínculo sexual y afectivo, ajeno a la duración de la relación o el número y sexo de los partners, se hace más necesario y urgente para la familia perseverar en sus relaciones constitutivas y en su propia identidad en un tiempo obstinado en la deconstrucción de las relaciones personales.

La concepción emotivista de la familia, la frívola y malsana costumbre de “dejarse llevar por los sentimientos”, ha desembocado en la presuntuosa proclividad de llamar también matrimonio o familia a las parejas homosexuales: si lo sustantivo es el sentimiento, ¿por qué el amor entre personas del mismo sexo debería valer menos que el amor entre heterosexuales? Pero semejante propuesta emotivista nos depara además una funesta consecuencia: la volatilidad creciente de la familia, cuya estabilidad queda supeditada a los vaivenes de la emoción, como bien explica desde su propia experiencia personal Leonardo Mondadori: “El valor de la indisolubilidad parece haberse vuelto incomprensible: la gente cree que el amor entre los cónyuges consiste en “sentir algo”, en “quererse” en un sentido sentimental. Cuando uno piensa que ya no “siente” nada se considera incluso un deber irse cada uno por su lado en busca de un nuevo “sentimiento”. La entrega personal, el sacrificio, el perdón, la comprensión, la paciencia, la fidelidad jurada: todo lo que hace posible que la unión de un hombre y una mujer resista el desgaste del tiempo, no entra ya en el plan de vida”.

La familia se comprenderá a sí misma como un sistema social definido por las relaciones de conyugalidad y generatividad, por la reciprocidad y el don, relaciones negadas desde la legislación que hay que preservar o rehacer: no debería permitirse que se fuera cayendo la familia a pedazos -dirá Chesterton- porque nadie tiene el debido sentido histórico de eso que se está desmoronando, de lo que se ha convertido ya en un verdadero “éxodo de lo doméstico”.

Desasistida por la ley y eclipsada por la cultura, la familia, sin embargo, es defendida y protegida por los organismos nacionales e internacionales en sus textos jurídicos. La Declaración de los Derechos Humanos de la ONU establece: “La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene el derecho a la protección de la sociedad y del Estado” (a.16, 3). Y la Constitución Española de 1978 determina: “los poderes públicos aseguran la protección social, económica y jurídica de la familia” (a.39).

En la Carta Magna de los Derechos Fundamentales de la Familia (24-XI-1983), se señalará que tales derechos “están impresos en la conciencia del ser humano y en los valores comunes de toda la humanidad”, así como que “derivan de la ley inscrita por el Creador en el corazón de todo ser humano”. Por tanto, los derechos de la familia derivan de la misma naturaleza de la familia, y no sólo de las exigencias de la doctrina católica.

Asimismo, el Documento Pontificio “desea estimular a las familias a unirse para la defensa y promoción de sus derechos”, dirigiéndose, finalmente, a “todos los hombres y mujeres para que se comprometan a hacer todo lo posible, a fin de asegurar que los derechos de la familia sean protegidos y que la institución familiar sea fortalecida para bien de toda la humanidad, hoy y en el futuro”.

Los derechos fundamentales de la familia, “aunque no constituyen un tratado de moral familiar”, ofrecen unos principios éticos válidos no sólo para las familias, sino también para las personas y los poderes públicos, precisamente en un momento crucial donde no se respeta el derecho a la vida ni a la libertad religiosa en muchos lugares del mundo, ni tampoco parece existir una política familiar adecuada cuando es el mismo concepto de familia lo que ha entrado en crisis.

La familia, se quiera reconocer o no, es la estructura social de la humanidad más universal, la célula básica de cualquier sociedad. El cristianismo, leyéndola de atrás adelante, la convirtió en Sagrada Familia, “un modelo perfecto de vida familiar, fundada en la fe, la esperanza y la caridad”, el “Hogar santo donde José, María y el Niño nos han enseñado con su vida silenciosa y humilde la dignidad y el valor de la familia”. En esta gran fiesta de la familia, conviene recordar las palabras del beato Juan Pablo II, que se convierten además en un poderoso estímulo: “Toda familia descubre y encuentra en sí misma la llamada imborrable, que define a la vez su dignidad y su responsabilidad”. ¿Por qué buscar fuera lo que está dentro, no reconocer que la vida no es algo que provenga del exterior?: “Familia, ¡sé lo que eres!”.

Roberto Esteban Duque.

Bajado por:  J. RUIZ

viernes, 21 de diciembre de 2012

TIEMPO DE NAVIDAD

                                             

 
                                                   TIEMPO DE ALEGRÍA Y DE SERVICIO


Cuando Juan predicaba, recordando las palabras de Isaías: "Preparen los caminos del Señor, enderecen sus senderos", le preguntaba la gente: "¿Qué debemos hacer? Les respondía: El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; otro tanto haga el que tenga comida" (Lucas 3, 4-10-11).

Esa es la clave para vivir como cristianos, no sólo el Tiempo de Adviento, sino toda nuestra vida. Amar a Dios y, por su amor, servir a los demás. Morir al egoísmo lo que es igual a morir a nosotros mismos. Pensar en el otro cuando estamos disfrutando de algo bueno, y desear que también lo disfrute y, si es posible, hacer que lo disfrute.

Si queremos hacer el bien tenemos que comenzar por no hacer el mal a nadie. Aprendamos a ver en las actuaciones de los demás sólo lo bueno que pueda haber en ellas, y, de ser posible sin dañar a nadie, disimulemos lo menos bueno que pudiéramos encontrar.

Estas cosas  son posibles sólo cuando y donde hay amor. Y para que haya amor debemos conocer a quien vamos a amar, comenzando por Aquel que nos lo enseña: Jesús, nuestro Salvador. Y para conocerle a Él tenemos que conocer su Palabra, su doctrina, su persona: debemos leer y vivir la Sagrada Escritura.

Es que lo que tenemos por ganar, si así lo hacemos, es tanto y tan grande que no sé porqué tenemos dudas y, muchas veces, ni siquiera pensamos en ello: "Pero a los que la recibieron (su palabra) , a los que creen en ella, los hizo capaces de ser hijos de Dios" (Juan 1, 12)

J. RUIZ

TIEMPO DE ADVIENTO



 TIEMPO DE NAVIDAD

Tiempo de Adviento, tiempo de Navidad, tiempo de Esperanza, tiempo de Alegría. Estamos alegres porque lo que esperamos es una Buena Noticia: la llegada de nuestro Salvador a redimir, a pagar, a cancelar la cuenta que tenemos pendiente con el Creador.

Ya Juan, el Bautizador, el hombre más grande entre los nacidos de mujer, según el mismo Jesús, nos explicó, desde hace más de dos mil años, cómo debemos esperarlo. Cuando andaba por Galilea gritando como "voz en el desierto: preparen el camino al Señor, enderecen sus senderos", a quienes le preguntaron "¿Qué debemos hacer?", les respondió: "El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; otro tanto el que tenga comida".

Servir y compartir. Cosas que sólo hacemos por amor y  por amor a quien a todos sirve, y a quien todo lo compartió, hasta su vida, por nosotros. Pero para amar, primero tenemos que conocer a quién vamos a amar. Osea que, para amar a Dios, quien nos amó primero, debemos conocerlo. Y esto sólo vamos a conseguirlo si leemos, escuchamos, acogemos y vivimos su Palabra con el corazón totalmente abierto para dejarla actuar en nosotros.

Y si lo logramos, las ganancias son tan grandes, los beneficios tan inconmensurables, que no comprendo cómo es que no vivimos pendientes de ello. "Pero a los que la recibieron (su Palabra), a los que creen en ella, los hizo capaces de ser hijos de Dios". (Juan 1, 12).

Nade menos que "capaces de ser hijos de Dios". Hijos de quien todo lo puede, de quien todo lo tiene y de quien todo nos lo da. Es algo tan grande y nosotros tan insignificantes, que nos sobrepasa. Es como aquello de que "el bosque es tan grande y tan espeso, que no nos deja ver los árboles".

Recordemos, entonces, de quién es la fiesta, a quién es que esperamos. No nos dejemos enredar por los abrazos, por las felicitaciones, por las carreras, por las compras, por las comidas especiales, cosas todas para satisfacernos a nosotros mismos. Recordemos que esperamos a Jesús, a Dios hecho hombre por amor al hombre, y no olvidemos las instrucciones de Juan para recibirlo como se merece:
                                             
                                                   AMAR Y COMPARTIR

J. RUIZ

lunes, 3 de diciembre de 2012

NUESTRO PATRONO


   SAN FRANCISCO JAVIER
                Patrono de nuestra Parroquia
Hoy celebra la   Iglesia el día de San Francisco Javier, a quien el Papa Pío X  nombró Patrono  oficial de las misiones extranjeras y de todo lo que tuviera que ver con la propagación de la fe.

En este AÑO DE LA FE, en el que el Santo Padre nos pide que, de una manera especial, los católicos dirijamos todos nuestros mejores esfuerzos y nuestras más fervorosas oraciones a buscar la expansión del Reino de Dios entre nosotros, por medio de la evangelización y de la proclamación de la Palabra, siendo testimonios vivos de ella, debemos repetir con el patrono el reclamo del Gran Pablo: “¡Ay de mí si no evangelizo!” (1 Cor. 9, 16).

Después de haber sido convencido de las vanidades de este mundo, por las repeticiones constantes de la pregunta de Mateo, 6, 26: "de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?", por parte de San Ignacio de Loyola, comprometido en esos días en la fundación  de la Compañía de Jesús, los célebres jesuitas, a Francisco se le cambió totalmente su vida. Comprendió perfectamente, por la gracia de Dios, en unos retiros espirituales, dirigidos por Ignacio,  que, para el hombre, las aspiraciones a honores y bienes materiales no significan realmente nada; que son demasiado efímeros y pasajeros y que existen cosas que son verdaderamente trascendentes y perdurables y son las espirituales que conforman el Reino de Dios y su justicia.

Y, como en el mundo existían tantos hombres que no tenían conocimiento de estas verdades y como éstas eran para todos los hombres, Javier se dedicó por entero a proclamarlas y a vivir únicamente en función de llevar el conocimiento de Dios a cuantas almas le fuera posible. Logró que fuera destinado por Ignacio a evangelizar en el oriente: la India, Japón y China, a donde sólo alcanzó a llegar. Allí, a la vista del inmenso territorio que tanto soñó conquistar, lo encontró  la muerte en medio del ardor del fuego amoroso por Cristo y por los hombres, que lo consumía día y noche y que le hizo ganar el título de “Divino Impaciente”.

En este año de la NUEVA EVANGELIZACIÓN, dirigida muy especialmente a los bautizados que hemos perdido el rumbo por los caminos tramposos de las banalidades de este mundo moderno, materialista, consumista y hedonista, debemos tener a Francisco como nuestro estandarte y adalid en la lucha por comprender la vanidad efímera de todas esas quimeras, para que nos haga comprender, como él lo hizo, que “para mí, la vida es Cristo y morir una ganancia” (Flp 1, 21).

J. RUIZ