lunes, 29 de octubre de 2012


Con Jesús en medio de la crisis

Antes de que se ponga en camino, un desconocido se acerca a Jesús corriendo. Al parecer, tiene prisa para resolver su problema: "¿Qué haré para heredar la vida eterna?". No le preocupan los problemas de esta vida. Es rico. Todo lo tiene resuelto.
Jesús lo pone ante la Ley deMoisés. Curiosamente, no le recuerda los diez mandamientos, sino solo los que prohíben actuar contra el prójimo. El joven es un hombre bueno, observante fiel de la religión judía: "Todo eso lo he cumplido desde pequeño".
Jesús se le queda mirando con cariño. Es admirable la vida de una persona que no ha hecho daño a nadie. Jesús lo quiere atraer ahora para que colabore con él en su proyecto de hacer un mundo más humano, y le hace una propuesta sorprendente: "Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres... y luego sígueme".
El rico posee muchas cosas, pero le falta lo único que permite seguir a Jesús de verdad. Es bueno, pero vive apegado a su dinero. Jesús le pide que renuncie a su riqueza y la ponga al servicio de los pobres. Solo compartiendo lo suyo con los necesitados, podrá seguir a Jesús colaborando en su proyecto.
El joven se siente incapaz. Necesita bienestar. No tiene fuerzas para vivir sin su riqueza. Su dinero está por encima de todo. Renuncia a seguir a Jesús. Había venido corriendo entusiasmado hacia él. Ahora se aleja triste. No conocerá nunca la alegría de colaborar con Jesús.
La crisis económica nos está invitando a los seguidores de Jesús a dar pasos hacia una vida más sobria, para compartir con los necesitados lo que tenemos y sencillamente no necesitamos para vivir con dignidad. Hemos de hacernos preguntas muy concretas si queremos seguir a Jesús en estos momentos.
Lo primero es revisar nuestra relación con el dinero: ¿Qué hacer con nuestro dinero? ¿Para qué ahorrar? ¿En qué invertir? ¿Con quiénes compartir lo que no necesitamos? Luego revisar nuestro consumo para hacerlo más responsable y menos compulsivo y superfluo: ¿Qué compramos? ¿Dónde compramos? ¿Para qué compramos?
¿A quiénes podemos ayudar a comprar lo que necesitan?
Son preguntas que nos hemos de hacer en el fondo de nuestra conciencia y también en nuestras familias, comunidades cristianas e instituciones de Iglesia. No haremos gestos heroicos, pero si damos pequeños pasos en esta dirección, conoceremos la alegría de seguir a Jesús contribuyendo a hacer la crisis de algunos un poco más humana y llevadera. Si no es así, nos sentiremos buenos cristianos, pero a nuestra religión le faltará alegría.
José Antonio Pagola
14 de octubre de 2012
28 Tiempo ordinario (B)
Marcos 10, 17-30
Bajado por: J. RUIZ

sábado, 27 de octubre de 2012

COMUNIÓN


Comensalidad: paso de lo animal a lo humano

2012-10-23


 La especificidad del ser humano surgió de una forma misteriosa y es de difícil reconstrucción histórica. Pero hay indicios de que hace siete millones de años a partir de un antepasado común habría comenzado la separación lenta y progresiva entre los simios superiores y los humanos. 
Etnobiólogos y arqueólogos nos señalan un hecho singular. Cuando nuestros antepasados antropoides salían a cosechar frutos, semillas, cazas y pesca, no comían individualmente. Recogían los alimentos y los llevaban al grupo. Y ahí practicaban la comensalidad, esto es: distribuían los alimentos entre ellos y los comían comunitariamente. Esta comensalidad permitió el salto de la animalidad hacia la humanidad. Esa pequeña diferencia hace toda una diferencia.
Lo que ayer nos hizo humanos, todavía hoy sigue haciéndonos de nuevo humanos. Y si no está presente, nos deshumanizamos, crueles y sin piedad. ¿No es esta, lamentablemente, la situación de la humanidad actual?
Un elemento productor de humanidad, estrechamente ligado a la comensalidad, es la culinaria, la cocina, es decir, la preparación de los alimentos. Bien escribió Claude Lévi-Strauss, eminente antropólogo que trabajó muchos años en Brasil: «el dominio de la cocina constituye una forma de actividad humana verdaderamente universal. Así como no existe sociedad sin lenguaje, así tampoco hay ninguna sociedad que no cocine algunos de sus alimentos».
Hace 500 mil años el ser humano aprendió a hacer fuego y a domesticarlo. Con el fuego empezó a  cocinar los alimentos. El «fuego culinario» es lo que diferencia al ser humano de otros mamíferos complejos. El paso de lo crudo a lo cocido se considera uno de los pasos del animal al ser humano civilizado. Con el fuego surgió la cocina propia de cada pueblo, de cada cultura y de cada región.
No se trata nunca de cocinar solamente los alimentos sino de darles sabor. Las distintas cocinas crean hábitos culturales, entre nosotros frecuentemente vinculados a ciertas fiestas como Navidad (pavo asado), Pascua (huevos de chocolate), año nuevo (carne de cerdo) san Juan (maíz asado) y otras.
Nutrirse nunca es un acto biológico individual mecánico. Consumir comensalmente es comulgar con los que comen con nosotros, comulgar con las energías cósmicas que subyacen a los alimentos, especialmente la fertilidad de la tierra, el sol, los bosques, las aguas y los vientos.
Debido a este carácter numinoso del comer/consumir/comulgar, toda comensalidad es en cierta forma sacramental. Adornamos los alimentos, porque no comemos sólo con la boca sino también con los ojos. El momento de comer es uno de los más esperados del día y de la noche. Tenemos la conciencia instintiva y refleja de que sin el comer no hay vida ni supervivencia, ni alegría de existir y de coexistir.
Durante millones de años los seres humanos fueron tributarios de la naturaleza, sacaban de ella lo que necesitaban para sobrevivir. De la apropiación de los frutos de la naturaleza evolucionaron hacia su producción mediante la creación de la agricultura que supone la domesticación y el cultivo de semillas y plantas.
Hace unos 10 a 12 mil años ocurrió tal vez la mayor revolución de la historia humana: de nómadas, los seres humanos se hicieron sedentarios. Fundaron los primeros pueblos (12.000 a.C.), inventaron la agricultura (9.000 a.C.) y empezaron a domesticar y a criar animales (8.500 a.C.). Se creó un proceso civilizatorio extremadamente complejo con revoluciones sucesivas: la industrial, la nuclear, la cibernética, la de la nanotecnología, la de la información hasta llegar a nuestro tiempo.
Primero, fueron cultivados vegetales y cereales salvajes, probablemente por obra las mujeres, más observadoras de los ritmos de la naturaleza. Todo parece haberse iniciado en Oriente Medio entre los ríos Tigris y Éufrates y en el valle del Indo de la India. Ahí se cultivó el trigo, la cebada, la lenteja, las habas y el guisante. En América Latina fue el maíz, el aguacate, el tomate, la yuca y los fríjoles. En Oriente fue el arroz y el mijo. En África, el maíz y el sorgo.
Después, hacia 8.500 a.C. se domesticaron especies animales, comenzando por cabras, carneros, y luego el buey y el cerdo. Entre las galináceas la primera fue la gallina. Todo fue por la invención de la rueda, la azada, el arado y otros utensilios de metal hacia el año 4.000 a.C.
Estos pocos datos son hoy día avalados científicamente por arqueólogos y etnobiólogos usando las más modernas tecnologías del carbono radioactivo, el microscopio electrónico y el análisis químico de sedimentos, de cenizas, de pólenes, de huesos y carbones de maderas. Los resultados permiten reconstruir cómo era la ecología local y cómo se efectuaba su utilización económica por parte de las poblaciones humanas.
Al plantar y recoger el trigo o el arroz se podían crear reservas, organizar la alimentación de los grupos, hacer crecer la familia y así la población. El ser humano tuvo que ganar la vida con el sudor de su frente. Y lo hizo con furor. El avance de la agricultura y de cría de animales hizo desaparecer lentamente la décima parte de toda la vegetación salvaje y de todos los animales. Todavía no había preocupación por la gestión responsable del medio ambiente. También sería difícil imaginarla, dada la riqueza de los recursos naturales y la capacidad de regeneración de los ecosistemas.
De todas formas, el neolítico puso en marcha un proceso que nos ha llegado hasta el día de hoy.  La seguridad alimentaria y el gran banquete que la revolución agrícola podría haber preparado para toda la humanidad, en el cual todos serían igualmente comensales, todavía no puede ser celebrado todavía. Más de mil millones de seres humanos están a los pies de la mesa, esperando alguna migaja para poder matar el hambre.
La Cúpula Mundial de la Alimentación celebrada en Roma en 1996, que se propuso erradicar el hambre para el 2015, dijo que «la seguridad alimentaria existe cuando todos los seres humanos tienen, en todo momento, acceso físico y económico a una alimentación suficiente, sana y nutritiva, que les permite satisfacer sus necesidades energéticas y sus preferencias alimentarias a fin de llevar una vida san y activa». Ese propósito fue asumido por las Metas del Milenio de la ONU. Lamentablemente la propia FAO en 1998 y ahora la ONU comunicaron que estos propósitos no serán alcanzados a menos que se supere el foso demasiado grande de las desigualdades sociales.
Mientras no demos este salto no completaremos todavía nuestra humanidad. Este es el gran desafío del siglo XXI, el de ser plenamente humanos.
Leonardo Boff

Bajado por: J.RUIZ

EL AÑO DE LA FE

"LA FE SÓLO CRECE Y SE DESARROLLA
                        CREYENDO.

EN ESTE AÑO DE LA FE, LAS COMUNIDADES PARROQUIALES DE SAN FRANCISCO JAVIER, ENCONTRARÁN LA MANERA DE PROFESAR PÚBLICAMENTE EL CREDO".                  
                     (PORTA FIDEI)



LA FE, ES: LUZ QUE INSPIRA NUESTROS CRITERIOS DE ACTUACIÓN.
FUERZA QUE IMPULSA NUESTRO COMPROMISO DE CONSTRUIR
UNA SOCIEDAD MÁS HUMANA Y JUSTA.
ESPERANZA QUE ANIMA TODO NUESTRO VIVIR DIARIO.

 "EL AÑO DE LA FE, SERÁ UN MOMENTO DE GRACIA
Y DE COMPROMISO POR UNA CADA VEZ MÁS PLENA
CONVERSIÓN A DIOS, PARA REFORZAR NUESTRA FE
EN ÉL Y PARA ANUNCIARLA CON GOZO AL HOMBRE
 DE NUESTRO TIEMPO".
                              (BENEDICTO XVI)





P. Dionisio




miércoles, 3 de octubre de 2012



TENEMOS OBLIGACIONES

                   Estamos para comenzar el “Año de la Fe” y los Cristianos Católicos tenemos obligaciones y deberes que nos certifiquen como tales, de acuerdo con esa Fe que decimos profesar.

Los cristianos tenemos el deber de defender, aun a costa de nuestra seguridad y de nuestra propia vida, el principio de la inviolabilidad de la vida, en cualquiera de sus etapas evolutivas, desde el momento mismo de su concepción hasta el instante mismo de su último estertor. Aquí no valen las excusas de “la muerte digna”, del “hijo no deseado”, de que “la mujer es dueña absoluta de su cuerpo”, de que “la vida sin calidad no es vida”. Habría que comenzar por definir qué es “calidad de vida”. Y cuando no se desea tener un hijo porque no se quiere o porque no se puede o por cualquiera otro motivo, existen soluciones mucho más humanas, como podría ser la adopción, que sacrificarlo por medio del aborto pre-parto o por un aborto  post-parto, que no es otra cosa que un asesinato, como ya desgraciadamente, se llegó a proponer en algún país europeo, olvidando, o talvez recordando, que en el antiguo Egipto, según nos cuenta la Biblia, los faraones mandaban asesinar a los hijos varones de los israelitas porque ese pueblo estaba creciendo mucho y podría llegar a sublevarse –recordemos el origen de Moisés-, y la historia nos enseña que en la Esparta de los tiempos del legislador Licurgo a las niñas se las mataba, porque lo que necesitaban eran guerreros para sus planes expansionistas de conquista.

Los cristianos tenemos el deber de defender la constitución de la pareja humana como fue desde el principio en la mente insondable y perfecta de Dios, fuente y origen de la vida, hasta ahora no desmentido por la ciencia, basada en la complementariedad de los dos géneros sexuales realmente existentes: hombre y mujer, varón y hembra. Cada miembro de la pareja humana, dentro de la igualdad de género, está destinado para cumplir, cada uno, una función distinta, necesaria y complementaria para el normal y completo y sano desarrollo de la unidad familiar, célula madre de la sociedad, y para lo cual una pareja de “hombre con hombre” o “mujer con mujer”, como diría la confundida reina, no está naturalmente preparada.
Los cristianos tenemos el deber de promover una sociedad más justa para que pueda darse una verdadera paz entre iguales, teniendo en cuenta que la primera regla de la igualdad es, precisamente, la equidad. No alcanza a satisfacer de igual manera las necesidades básicas, un salario de un millón de pesos, para una pareja sola que para una pareja con uno o dos hijos.

Los cristianos tenemos el deber de no callar cuando conocemos del hambre que tantos padecen y que inmisericordemente conduce hasta la muerte, no por falta de recursos, sino por el egoísmo de quienes han creído ser los únicos dueños de ellos, olvidándose, convenientemente, de que no son mas que administradores de los mismos, y de la función social que toda riqueza debe cumplir para el desarrollo armónico del bienestar de los pueblos. Desde el Egipto antiguo los faraones, bajo el modelo establecido por José el hijo de Jacob y vendido por sus hermanos, durante el tiempo de las “vacas gordas” y aprovechándose del dinero que tenían en sus arcas, compraron toda la producción de trigo del país y de los países vecinos. Y cuando llegaron las “vacas flacas”, los tiempos de la escasez y de la hambruna, abrieron sus graneros y comenzaron a vender, al precio fijado por ellos, el trigo conseguido a precios de oferta abundante, esto es, los más bajos posible del mercado. Y cuando el dinero se les acabó a los compradores, el faraón les recibió sus bestias y ganados y aves de corral y, por último, sus tierras a cambio del preciado grano. Y cuando ya nada de esto les quedó a los pueblos compradores, tuvieron que entregarse ellos y sus familias, como esclavos, para el servicio de los egipcios constituidos así en grandes explotadores de los desposeídos, en un modelo perfecto de lo que hoy, casi tres mil años después, estamos viviendo en todo el mundo.

Pero ahora, como entonces, el clamor del pueblo explotado será escuchado, y el Dios de Abraham y de Jacob, el Padre Bueno y Misericordioso, se acordará de su promesa y, como Él no puede faltar a ella, el Hijo que envió al rescate saldrá victorioso, lo librará de sus opresores y lo llevará hasta la tierra prometida, donde “no sólo habrá comida y bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo”.
¡! Ese es el Reino de Dios y esa es nuestra fe. Cumplamos con ella ¡!

Jesús M. Ruiz A.

Octubre 3 de 2012





LA "NUEVA CARRERA"

Raniero Cantalamessa
| Fuente: Religión en Libertad
 La «nueva carrera» inventada por Cristo

 En el servicio, en cambio, todos se benefician de la grandeza de uno. Quien es grande en el servicio, es grande él y hace grandes a los demás; más que elevarse por encima de los demás, eleva a los demás consigo La «nueva carrera» inventada por Cristo «Entonces se sentó, llamó a los Doce y les dijo: “Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos”» ¿Es que Jesús condena, con estas palabras, el deseo de sobresalir, de hacer grandes cosas en la vida, de dar lo mejor de uno, y privilegia en cambio la dejadez, el espíritu abandonista, a los negligentes? Así lo pensaba el filósofo Nietzsche, quien se sintió en el deber de combatir ferozmente el cristianismo, reo, en su opinión, de haber introducido en el mundo el «cáncer» de la humildad y de la renuncia. En su obra -Así hablaba Zaratustra- él opone a este valor evangélico el de la «voluntad de poder», encarnado por el superhombre, el hombre de la «gran salud», que quiere alzarse, no abajarse.
 Puede ser que los cristianos a veces hayan interpretado mal el pensamiento de Jesús y hayan dado ocasión a este malentendido. Pero no es ciertamente esto lo que quiere decirnos el Evangelio. «Si uno quiere ser el primero...»: por lo tanto, es posible querer ser el primero, no está prohibido, no es pecado. No sólo Jesús no prohíbe, con estas palabras, el deseo de querer ser el primero, sino que lo alienta. Sólo que revela una vía nueva y diferente para realizarlo: no a costa de los demás, sino a favor de los demás. Añade, de hecho: «...sea el último de todos y el servidor de todos». ¿Pero cuáles son los frutos de una u otra forma de sobresalir? La voluntad de poder conduce a una situación en la que uno se impone y los demás sirven; uno es «feliz» (si puede haber felicidad en ello), los demás infelices; sólo uno sale vencedor, todos los demás derrotados; uno domina, los demás son dominados.
 Sabemos con qué resultados se puso por obra el ideal del superhombre por Hitler. Pero no se trata sólo del nazismo; casi todos los males de la humanidad provienen de esta raíz. En la segunda lectura de este domingo Santiago se plantea la angustiosa y perenne pregunta: «¿De dónde proceden las guerras?» Jesús, en el Evangelio, nos da la respuesta: ¡del deseo de predominio! Predominio de un pueblo sobre otro, de una raza sobre otra, de un partido sobre los demás, de un sexo sobre el otro, de una religión sobre otra... En el servicio, en cambio, todos se benefician de la grandeza de uno. Quien es grande en el servicio, es grande él y hace grandes a los demás; más que elevarse por encima de los demás, eleva a los demás consigo. Alessandro Manzoni concluye su evocación poética de las empresas de Napoleón con la pregunta: «¿Fue verdadera gloria? En la posteridad la ardua sentencia».
 Esta duda, acerca de si se trató de verdadera gloria, no se plantea para la Madre Teresa de Calcuta, Raoul Follereau y todos los que diariamente sirven a la causa de los pobres y de los heridos de las guerras, frecuentemente con riesgo para su propia vida. Queda sólo una duda. ¿Qué pensar del antagonismo en el deporte y de la competencia en el comercio? ¿También estas cosas están condenadas por la palabra de Cristo? No; cuando están contenidas dentro de límites de corrección deportiva y comercial, estas cosas son buenas, sirven para aumentar el nivel de las prestaciones físicas y... para bajar los precios en el comercio. Indirectamente sirven al bien común.
 ¡La invitación de Jesús a ser el último no se aplica, ciertamente, a las carreras ciclistas o a las de Fórmula 1! Pero precisamente el deporte sirve para aclarar el límite de esta grandeza respecto a la del servicio. «En las carreras del estadio todos corren, mas uno solo recibe el premio», dice San Pablo (1 Co 9,24). Basta con recordar lo que ocurre al término de una final de 100 metros lisos: el vencedor exulta, es rodeado de fotógrafos y llevado triunfalmente en volandas; todos los demás se alejan tristes y humillados. «Todos corren, mas uno solo recibe el premio». San Pablo extrae, sin embargo, de las competiciones atléticas, también una enseñanza positiva: «Los atletas -dice- se privan de todo; y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros en cambio [para recibir de Dios la] corona incorruptible [de la vida eterna]». Luz verde, por lo tanto, a la nueva carrera inventada por Cristo en la que el primero es quien se hace último de todos y siervo de todos.

Bajado por: J. RUIZ