viernes, 15 de abril de 2011

Significado del Domingo de Ramos

La semana santa se inicia con la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén.
La Santa Misa de este día es precedida por la “bendición y procesión de ramos”, con la cual recordamos la alegría y la fiesta que el pueblo sencillo organizó cuando Jesús entró en Jerusalén, reconociendo en ÉL al Mesías esperado. La comunidad cristiana vive esta celebración recordando la victoria de Jesús y proclamándolo Rey, porque al resucitar triunfalmente de la muerte, fue constituido para siempre, Señor de la vida y de la historia.
Después de la procesión de los ramos es proclamada solemnemente la Pasión del Señor, para introducirnos en el espíritu de la semana santa, y hacernos comprender como Jesús obtiene el triunfo a través del sufrimiento y de la muerte.
La celebración de hoy no solamente la finalidad de recordar un hecho histórico ya pasado, sino que nos invita a realizar una profesión de fe en que la cruz y la muerte de Cristo son en definitiva un triunfo. Por eso, escuchamos de pie con respeto y amorosa atención la proclamación de la Pasión del Señor, que nos ayuda a comprender hasta dónde llegó el amor que Dios nos tiene.
La vida triunfa por la muerte, es así como, la gloria de la resurrección, no suprime la cruz, sino que le da su verdadero sentido. El encuentro que hoy tenemos con Cristo vencedor nos invita a participar más profundamente en su Misterio Pascual durante la semana santa y nos prepara también para el encuentro definitivo con ÉL.
Los ramos que llevamos como recuerdo de este día, son un símbolo de vida y de victoria, una alegre afirmación de nuestra fe y esperanza en esa nueva creación que comenzó con la muerte y el triunfo del Señor.
Aunque nuestra mirada quede fija en el Rey Vencedor, la misa de este domingo recuerda los duros combates que le costó a Jesús su victoria.
¿Cómo vivir este tiempo?
Al recordar la explosión de alegría del pueblo de Israel que proclama como Rey al humilde Jesús de Nazareth, los cristianos hacemos una sincera profesión de fe en Jesús Hijo de Dios y hermano nuestro.
Lo aclamamos Rey y Señor de nuestras vidas, de nuestro pueblo porque ÉL nos conquistó para sí e hizo de nosotros el reino del Padre, pero mediante la fuerza y el poder, sino dando su vida por nosotros y elevándonos a la dignidad de hijos, por su resurrección.
Estos son los sentimientos que expresamos al participar en la procesión que precede la misa de hoy: digamos a Cristo que entre en nuestras vidas como Dios y Señor; que reine en nuestras familias, en nuestros grupos, en nuestra sociedad. Que nos ayude a liberarnos de otros dioses, de todo aquello que pueda dominarnos y privarnos de la dignidad de Hijos de Dios y del don precioso de la fraternidad.
Al salir del templo llevamos a nuestras familias y ambientes de trabajo la alegría y la esperanza de que la liberación que Cristo vino a traernos irá siendo una realidad hasta que el único Señor sea ÉL, y nuestra convivencia humana refleja las características del Reino, la fraternidad, la justicia, el amor y la paz.

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