lunes, 11 de abril de 2011

Reflexiones del Evangelio del domingo 10 de abril de 2011, último del tiempo de Cuaresma. Por, Pbto Dionisio Navarro

"...En aquel tiempo, había un cierto enfermo, Lázaro, de Betania, pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos; su hermano Lázaro era el enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, aquel a quien tú quieres, está enfermo». Al oírlo Jesús, dijo: «Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, permaneció dos días más en el lugar donde se encontraba. Al cabo de ellos, dice a sus discípulos: «Volvamos de nuevo a Judea». Le dicen los discípulos: «Rabbí, con que hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y vuelves allí?». Jesús respondió: «¿No son doce las horas del día? Si uno anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si uno anda de noche, tropieza, porque no está la luz en él». Dijo esto y añadió: «Nuestro amigo Lázaro duerme; pero voy a despertarle». Le dijeron sus discípulos: «Señor, si duerme, se curará». Jesús lo había dicho de su muerte, pero ellos creyeron que hablaba del descanso del sueño. Entonces Jesús les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis. Pero vayamos donde él». Entonces Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con Él». Cuando llegó Jesús, se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén como a unos quince estadios, y muchos judíos habían venido a casa de Marta y María para consolarlas por su hermano. Cuando Marta supo que había venido Jesús, le salió al encuentro, mientras María permanecía en casa. Dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá». Le dice Jesús: «Tu hermano resucitará». Le respondió Marta: «Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día». Jesús le respondió: «Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?». Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo». Dicho esto, fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído: «El Maestro está ahí y te llama». Ella, en cuanto lo oyó, se levantó rápidamente, y se fue donde Él. Jesús todavía no había llegado al pueblo; sino que seguía en el lugar donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con María en casa consolándola, al ver que se levantaba rápidamente y salía, la siguieron pensando que iba al sepulcro para llorar allí. Cuando María llegó donde estaba Jesús, al verle, cayó a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto». Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó y dijo: «¿Dónde lo habéis puesto?». Le responden: «Señor, ven y lo verás». Jesús se echó a llorar. Los judíos entonces decían: «Mirad cómo le quería». Pero algunos de ellos dijeron: «Este, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que éste no muriera?». Entonces Jesús se conmovió de nuevo en su interior y fue al sepulcro. Era una cueva, y tenía puesta encima una piedra. Dice Jesús: «Quitad la piedra». Le responde Marta, la hermana del muerto: «Señor, ya huele; es el cuarto día». Le dice Jesús: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?». Quitaron, pues, la piedra. Entonces Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: «Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que tú me has enviado». Dicho esto, gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal fuera!». Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario. Jesús les dice: «Desatadlo y dejadle andar». Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en Él".
                                  Juan 11, 1- 45


LA RESURRECCIÓN DE LAZARO

Todas las obras buenas que Jesús hizo están vinculadas a un hecho re-creador de Dios: que el hombre retome su imagen y pueda vivir como ser humano, dignamente, libre. Que tenga vida, la viva y la disfrute.
La obra máxima de Jesús fue cuando le devolvió la vida a un hombre llamado Lázaro. A todos los demás que había encontrado y sanado les había dado vida, pero a este que ya había muerto lo resucitó.
Este acto fue el decisivo en el ministerio de Jesús. Fue el acto de vida que provocó que la clase dirigente lo asesinara. Con ese acto Jesús declaró la guerra a los poderosos de la muerte, y la muerte reaccionó.
Lázaro era la evidencia palpable de que es posible vivir una nueva vida en esta tierra. Además muchos al verlo creían en Jesús, la vida, y se animaban a buscarla. Le costó muy caro a Jesús esta señal del reino.
Era una muestra concreta de que el reino de Dios consiste en resucitar a los hombres, enseñarles el camino de la libertad, de la justicia y de la vida.
Los sumos sacerdotes y fariseos convocan una reunión y deciden matarlo. Si se reprime la fuente de la vida, se salva la nación y el lugar santo: se elimina cualquier posibilidad de subversión.
Jesús enterado de las intenciones de las autoridades ya no andaba en público en Judea, se refugia en una ciudad llamada Efraín, junto con sus discípulos (v. 53-54). Todo aquel que llegara a saber de dónde estaba Jesús, tenía orden de comunicarlo a las autoridades para prenderlo (v. 57).
Pero no sólo querían matar a Jesús, también querían matar a Lázaro, el que había resucitado, porque muchos judíos iban a verlo y creían en que la hora de la vida había llegado con Jesús (Jn 12.9-11).
Los que querían matar a Jesús, y lo hicieron, son los anti-vida. Contra esos ha venido el reino de justicia.
Jesús le arrebató a la muerte una vida, e inmediatamente después luchó en la cruz contra la muerte, la derrotó y la abolió completamente en el momento de su resurrección. Con ÉL resucitamos todos a una nueva vida.
La vida se sobrepuso a la muerte, la libertad al cautiverio, la alegría al dolor, el pan al hambre, la esperanza a la incredulidad, la justicia a la injusticia.
Por medio de la resurrección del Mesías todos los hombres pueden resucitar, recibir la nueva vida (1 Corintios 15.22). Con la resurrección del Mesías empezamos una nueva vida (Romanos  6.4), donde no hay vendas ni sudarios que nos liguen a la muerte.
Por eso afirmamos junto con Jorge Debravo que hoy es la hora de la vida.
Hoy es día de correr, con los brazos en alto, a trabajar la tierra más feraz y más ancha y sembrar la semilla de la vida.

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