sábado, 2 de febrero de 2013

UN TIEMPITO PARA DIOS Y SU PALABRA


La Presentación del Señor
La Presentación del Señor
    "...Cuando se cumplieron los días de la purificación de María, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones. Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel. Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción, ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! - a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones. Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él".
                                                                                     Lucas 2, 22-40
       Nos quedamos admirados viendo, en este pasaje evangélico, la humildad de aquellas dos personas, Jesús y María, quienes, a pesar de que Jesús no necesitaba para nada ser presentado al Señor, pues desde siempre estaba en Él y era Él; y María no necesitaba ser purificada de nada, pues el haber concebido en su seno nada menos que al Hijo de Dios, la pureza misma, de ninguna manera podía haberla manchado, se presentan a cumplir con lo que, en esos casos, ordenaba la Ley. Y ¡qué grandes podemos contemplarlos hoy, en ese abajamiento hasta la mínima estatura del hombre, para hacerse en todo, menos en el pecado, semejantes a él! Todo aquel que tiene el don de la verdadera humildad, puede parecer pequeño, visto en la inmediatez del momento; pero, a medida que se va alejando en el tiempo y la distancia, su figura histórica se va haciendo cada vez más y más grande. Basta contemplar tantos ejemplos, fuera de estos dos que están al tope, como Francisco de Asís, Juan XXIII, Juan Pablo II, la Madre Teresa de Calcuta, Gandhi, y todos aquellos que han entendido que la verdadera grandeza, como lo demostró Jesús, consiste en servir a los demás.
Propósito: Hoy haré una evaluación de mi disposición para servir al que lo necesite.
                       ¡ FELIZ DÍA, JESÚS VIVE Y YO LO CREO Y LO PROCLAMO !
                                                                      Sábado. Febrero 2 de 2013
J. RUIZ

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