domingo, 6 de noviembre de 2011

NOVIEMBRE: MES PARA MEDITAR

                        NOVIEMBRE,  MES PARA  MEDITAR


Es el mes en que se habla de la muerte, aunque a todos nos asuste. El viento frío del invierno arranca las hojas de los árboles que, en remolinos, van a arrastrarse a la vera de todos los caminos.

El color de todo el día fluctúa entre los diversos tonos del gris. La luz es escasa y todas las cosas se pintan de tristeza.

Los recuerdos de los seres que un día quisimos y que hoy no están con nosotros, embargan el corazón de una profunda melancolía. Sus rostros queridos aparecen y desaparecen intermitentes en el flash de la memoria trayéndonos una sonrisa o, a veces, una lágrima.

Es el mes de la muerte. Esto pudiera parecer tenebroso pero, para los cristianos, debe ser todo lo contrario: debe ser de alegría porque estamos celebrando el paso de aquellos que se nos adelantaron a entrar a la Patria prometida, y estamos preparando el que también nosotros habremos de dar, más tarde o más temprano, pero inevitablemente. La muerte es el primer paso con que se comienza la verdadera vida.

Todo el tiempo que pasemos aquí en la tierra, ya sea más o menos largo, no es más que una preparación para la vida que nos espera al otro lado de la muerte, la que no es sino una circunstancia, un requisito que todos tenemos que cumplir.

Los cristianos sabemos todo esto, y, aunque a veces vivamos como si no lo supiéramos, la verdad es que debemos estar preparados siempre, con aceite en nuestras lámparas,  para dar ese paso porque “no sabemos el día ni la hora”. Y a esa Tierra prometida tenemos que llegar con ciertos requisitos para poder ser recibidos  en ella.

 Tenemos que presentar un “examen de admisión” en el que se nos preguntará si dimos de comer al hambriento, si dimos de beber al sediento, si vestimos al desnudo, si visitamos al que estaba enfermo o en la cárcel. En una palabra, tendremos que decir si fuimos conscientes de la presencia liberadora de Jesús en los demás, sobre todo en los más necesitados y marginados de la sociedad, y si nos portamos con ellos como lo manda la norma primera y más grande: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas y con toda tu alma; y al prójimo como a ti mismo”. Si no lo hicimos así, si “perdimos el examen” no tendremos derecho a entrar en la fiesta.Y entonces “será el llanto y el crujir de dientes”.

            Aprovechemos este mes. Meditemos en estas llamadas “verdades escatológicas” y preparémonos a recibir dignamente, sin tristeza y con alegría, a la “hermana muerte”, como tan familiarmente la llamaba San Francisco de Asís, el gran defensor de la caridad fraterna.

¡¡ JESUS VIVE, ANUNCIÉMOSLO !!

J. RUIZ

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