Tema candente el del divorcio del matrimonio católico, ante el mandato perentorio desde el principio de los tiempos, cuando el hombre y la mujer fueron creados y fueron organizados para vivir siendo "los dos una sola carne": "Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre". Si esto es verdad, también lo es que Dios es, primero que todo, Amor, Perdón y Misericordia. Debemos contemplar la situación del matrimonio, no solamente desde una perspectiva: la del amor que se acabó. Si queremos considerar el matrimonio como debe ser, tenemos que entender lo que significa el amor en su totalidad, no sólo como la firma de un contrato de bienes y servicios. Pensemos lo que significa renunciar, unirse y llegar a ser. Para llegar a "ser los dos una sola carne" hay que renunciar a todo lo que, de alguna manera se opone a ello; hay que unirse a todo lo, en cualquier forma, lo cohesiona; y hay que saber "llegar a ser", a devenir en una unidad nueva, la célula que debe ser una familia, que, a su vez, es la base de la sociedad, que, hoy, está siendo atacada desde todos los flancos por el egoísmo individualista que nos impide ver el abismo al que nos estamos acercando, si Dios no nos tiende su mano misericordiosa. Sólo el amor a Dios y a los demás podrá impedirlo.
Propósito: Hoy pediré al Señor la luz y la fuerza del Espíritu Santo para poder comprender y vivir la dimensión del matrimonio en todo el esplendor de su grandeza.
¡ FELIZ DÍA, JESÚS VIVE Y YO LO CREO Y LO PROCLAMO !
J. RUIZ
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