Dios, como nuestro Padre, necesita, igual que los padres terrenales, que sus hijos les hablen, con frecuencia y con entera confianza, de sus cosas. Que le cuenten sus proyectos, sus aspiraciones, sus dificultades, sus alegrías, sus expectativas. Es decir, que le manifiesten su amor. Porque esto, hablarle con esperanza y creyendo en Él, o sea con fe, es amor. Lo que pasa es que nosotros, como hacemos tantas veces con nuestros padres terrenales, nos olvidamos de Él: no lo visitamos ni le contamos nuestras cosas con verdadera confianza ni con insistencia, como lo hacía la viuda del Evangelio con el juez. El juez se va a cansar ante la fregantina de la mujer y le va a hacer justicia por quitársela de encima. Pero Dios no se va a cansar de nuestra insistencia, pero, sin hacernos esperar tanto, nos va a hacer justicia porque es nuestro Padre y es la justicia misma. Tenemos que orar porque la fe, sin la oración, peligra. Tenemos, pues, que luchar para que, cuando Él venga, la encuentre robusta y más viva que nunca.
¡ FELIZ DÍA, JESÚS VIVE Y YO LO CREO Y LO PROCLAMO !
J. RUIZ
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