Lucas 17, 11-19
Si lo pensamos un poco, nuestra vida toda debiera ser una permanente ofrenda de gratitud a nuestro Padre Bueno, quien no cesa un sólo momento de colmarnos de regalos con los que nos demuestra su amor sin medida: la vida, los maravillosos sentidos que nos permiten disfrutarla, el espectáculo inigualable de la naturaleza, la fe que nos llena de esperanza de mejores premios aun. Pero la gratitud es una flor extraña: extraña por lo maravillosa, y extraña por lo escasa. Es tan especial que, dónde existe, crea a su alrededor como un círculo que se va expandiendo, haciéndonos a todos más buenos. Y es tan escasa, talvez, porque nos parece tan natural lo bueno que nos pasa, o porque somos tan egoístas que creemos que todo se nos debe, que no nos damos siquiera por enterados. De los diez leprosos del Evangelio, sólo uno se dio cuenta de que su curación no había sido por generación espontánea, sino por acción directa del Maestro, a quien habían pedido ayuda. Y supo agradecerlo. Tratemos de imitarlo y no olvidemos que es por Él por quien todo lo podemos.
Propósito: De hoy en adelante procuraré que mi oración permanente sea: ¡Gracias, Señor!
¡ FELIZ DÍA, JESÚS VIVE Y YO LO CREO Y LO PROCLAMO !
J. RUIZ
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