Nosotros no podemos seguir, como los judíos de aquella época, pensando en antropofagia cuando Jesús nos dice que si no comemos su carne ni bebemos su sangre, no tendremos vida eterna. Seguir pensando sólo en cosas materiales es contentarnos con muy poco, cuando en nosotros llevamos inscrito el gen de la trascendencia que nos hace preguntarnos siempre sobre los verdaderos misterios de la vida: quiénes somos, de dónde venimos, para dónde vamos. El mismo Juan que hoy nos dice que Jesús es el Pan vivo bajado del cielo, nos habla, en otra parte, de que la Palabra estaba en Dios y la Palabra era Dios. O sea que Jesús es pan y es palabra, y ambos son alimentos: el uno para el cuerpo y la otra para el espíritu. Y el alimento, para que cumpla su cometido de alimentar y fortalecer, tiene que ser comido. Y para comer hemos de tener hambre y buscar cómo saciarla. Entonces el hambre del más allá, de la trascendencia, debe impulsarnos a obtener ese alimento, ese pan que es el único que puede saciarnos para la vida eterna. En la Eucaristía está ese alimento, ese pan de vida, esperando a ser comido por quienes quieran tener vida.
Propósito: Hoy, y siempre que tenga oportunidad de recibir la Sagrada Comunión, no dejaré de aprovecharla.
¡ FELIZ DÍA, JESÚS VIVE Y YO LO CREO Y LO PROCLAMO !
J. RUIZ
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