¿ME AMAS?
¿Me amas...?
Esta pregunta que el
resucitado dirige a Pedro nos recuerda a todos los que nos decimos creyentes
que la vitalidad de la fe no es un asunto de comprensión intelectual, sino de
amor a Jesucristo.
Es el amor lo que
permite a Pedro entrar en una relación viva con Cristo resucitado y lo que nos
puede introducir también a nosotros en el misterio cristiano. El que no ama,
apenas puede «entender» algo acerca de la fe cristiana.
No hemos de olvidar
que el amor brota en nosotros cuando comenzamos a abrirnos a otra persona en
una actitud de confianza y entrega que va siempre más allá de razones, pruebas
y demostraciones. De alguna manera, amar es siempre «aventurarse» en el otro.
Así sucede también en
la fe cristiana. Yo tengo razones que me invitan a creer en Jesucristo. Pero si
le amo, no es en último término por los datos que me facilitan los
investigadores ni por las explicaciones que me ofrecen los teólogos, sino
porque él despierta en mí una confianza radical en su persona.
Pero hay algo más.
Cuando queremos realmente a una persona concreta, pensamos en ella, la
buscamos, la escuchamos, nos sentimos cerca. De alguna manera, toda nuestra
vida queda tocada y transformada por esa persona, por su vida y su misterio.
La fe cristiana es
«una experiencia de amor». Por eso, creer en Jesucristo es mucho más que
«aceptar verdades» acerca de él. Creemos realmente cuando experimentamos que él
se va convirtiendo en el centro de nuestro pensar, nuestro querer y todo
nuestro vivir.
Un teólogo tan poco
sospechoso de frivolidades como K. Rahner no duda en afirmar que sólo podemos
creer en Jesucristo «en el supuesto de que queramos amarle y tengamos valor
para abrazarle».
Este amor a
Jesucristo no reprime ni destruye nuestro amor a las personas. Al contrario, es
justamente el que puede darle su verdadera hondura, liberándolo de la
mediocridad y la mentira. Cuando se vive en comunión con Cristo es más fácil
descubrir que eso que llamamos tantas veces «amor» no es sino el «egoísmo
sensato y calculador» de quien sabe comportarse hábilmente sin arriesgarse
nunca a amar con desinterés a nadie.
La experiencia del
amor a Cristo podría darnos fuerzas para liberar nuestra existencia de tanta
sensatez fría y calculadora, para amar incluso sin esperar siempre alguna
ganancia, para renunciar al menos alguna vez a pequeñas y mezquinas ventajas en
favor de otro.
Tal vez algo
realmente nuevo se produciría en nuestras vidas si fuéramos capaces de escuchar
con sinceridad la pregunta del resucitado: «Tú, ¿me amas?»
José Antonio Pagola
Bajado por: J. RUIZ
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