Patrono de nuestra Parroquia
Hoy celebra la Iglesia el día de San Francisco Javier, a quien el Papa Pío X nombró Patrono oficial de las misiones extranjeras y de todo
lo que tuviera que ver con la propagación de la fe.
En este AÑO DE LA FE, en el que el
Santo Padre nos pide que, de una manera especial, los católicos dirijamos todos
nuestros mejores esfuerzos y nuestras más fervorosas oraciones a buscar la
expansión del Reino de Dios entre nosotros, por medio de la evangelización y de
la proclamación de la Palabra, siendo testimonios vivos de ella, debemos
repetir con el patrono el reclamo del Gran Pablo: “¡Ay de mí si no evangelizo!”
(1 Cor. 9, 16).
Después de haber sido convencido de las vanidades de este mundo, por las repeticiones constantes de la pregunta de
Mateo, 6, 26: "de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su
alma?", por parte de San Ignacio de Loyola, comprometido en esos días en la
fundación de la Compañía de Jesús, los
célebres jesuitas, a Francisco se le cambió totalmente su vida. Comprendió
perfectamente, por la gracia de Dios, en unos retiros espirituales, dirigidos
por Ignacio, que, para el hombre, las
aspiraciones a honores y bienes materiales no significan realmente nada; que son
demasiado efímeros y pasajeros y que existen cosas que son verdaderamente
trascendentes y perdurables y son las espirituales que conforman el Reino de
Dios y su justicia.
Y, como en el mundo existían tantos
hombres que no tenían conocimiento de estas verdades y como éstas eran para
todos los hombres, Javier se dedicó por entero a proclamarlas y a vivir
únicamente en función de llevar el conocimiento de Dios a cuantas almas le
fuera posible. Logró que fuera destinado por Ignacio a evangelizar en el oriente:
la India, Japón y China, a donde sólo alcanzó a llegar. Allí, a la vista del
inmenso territorio que tanto soñó conquistar, lo encontró la muerte en medio del ardor del fuego
amoroso por Cristo y por los hombres, que lo consumía día y noche y que le hizo
ganar el título de “Divino Impaciente”.
En este año de la NUEVA
EVANGELIZACIÓN, dirigida muy especialmente a los bautizados que hemos perdido
el rumbo por los caminos tramposos de las banalidades de este mundo moderno,
materialista, consumista y hedonista, debemos tener a Francisco como nuestro
estandarte y adalid en la lucha por comprender la vanidad efímera de todas esas
quimeras, para que nos haga comprender, como él lo hizo, que “para mí, la vida
es Cristo y morir una ganancia” (Flp 1, 21).
J. RUIZ
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